IGUALITA
Ya no recuerdo el día blanco en que las nubes gritaron tu nombre, porque nacían de ti. Su esqueleto esparcido incendió los deseos, vaya aventura la de aquel lugar, más alegre, más colorido, ni la luna, quizás en tus sueños recojas miradas igualitas; sin nada negro, sin nada llanto. Con sumo cuidado recorreré los pórticos voladores, santa madre de los monumentos, que así sean tus labios y tu cuerpo de dulce multitud lento al tiempo descuartizado, santa madre de la belleza que así sean tus ojos eyaculadores de caminos. Que se haga la mentira igualita a los sueños parlanchines, tus caricias, ay, tus imponentes caricias, más que aires se transportan amores, máscaras de jardines sencillos, sencillos hasta el atardecer, pero no te agotes, escúchalas, es tu nombre, da grima lo sé, santa madre del rocío, que sientan tu dolor bailarín, si gustan que finjan, pero al hacerlo deben escuchar una muerte de mil cantos y más violencias que te hagan mujer, seca, estéril, santa madre naturaleza; espera, aun no quiero que las lágrimas de la primavera las del verano, otoño e invierno sean igualitas a la negra. Escucha, escucha eco maldito e incoherente con cuidado despierta igualita a una vez.
Te ha llegado la hora, si a ti, siente como la piel del rocío cubre el misterio de tu carne, luego la luz tocando rostro de mujer de ceda. El alma recita una oración, el cuerpo blasfema y el volcán oculto asciende del sexo a punto de derramarse. La madrugada se marcha y los misterios de la ciudad te confunden, ya no son manos, una boca en tu ombligo, bella y fugaz como la realidad de un día tibio que aguarda en la ausencia. El alma cierra sus ojos, de urgencia toma otra ruta en su coalición con el deseo. El cuerpo se entrega entonces las ganas perpetuas persiguen algo más que un simple pecado. La dejas penetrar como el día a la noche, jinete desbocado, hasta que devienes en suspiros profundos y entonces mordiendo tus labios despiertas.
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